Hipnotizados de admiración en presencia de la grandeza de los monumentos clasificados como las siete Maravillas del Mundo, es sobre todo el poder del esfuerzo de realización lo que nos asombra y nos encanta. Pero luego, la misma posibilidad de ese esfuerzo nos lleva a meditar en una Presencia que planifica sobre él -la majestad dominadora de la Ciencia, maravilla de las maravillas, que todo lo ordenó, todo lo concibió y todo lo ejecutó según un plan. Pero ese milagro de organizar y construir la Ciencia, ¿quién es el que lo realizó? ¿El hombre solo por sí mismo?… ¡Sin duda que no! Fue el hombre y aquel Poder que creó al hombre, que creó la inteligencia del hombre, que creó todo el Universo que rodea al Hombre y, antes que las maravillas del mundo, creó el mundo de las maravillas.
¿Dónde nació, de dónde emanó ese divino soplo que, desde Oriente hasta Occidente, llegó extendiendo los espacios de las civilizaciones? Hasta los primeros siglos del cristianismo eran las religiones, a través de las Fraternidades místicas y de las Órdenes Iniciáticas, quienes suministraban a los sabios sus enseñanzas y ungían a los santos con la esencia de sus virtudes. Dinastías de reyes por derecho Divino, elegidos por la Gran Jerarquía superhumana, protegían y consultaban a esas órdenes religiosas y obedecían sus directrices. La “Ciencia” era entonces privilegio sólo concedido a los dignos y a los aptos,
